domingo, 6 de junio de 2010

Los danzantes de la noche

Para quienes no conozcan a los Danzantes de la Noche diré que son seres pequeños, del tamaño de un ratón o de una ardilla. Tienen grandes ojos grises levemente brillantes, a causa de presenciar innumerables ocasos. Despiertan al anochecer, cantando y riendo se unen unos a otros en una danza sin par. Mientras dura la noche dura su alegría. Se alimentan de melodías y con cada sonrisa, con cada cabriola, lanzan sueños a todas las direcciones. Es tanta su felicidad y buen ánimo que, al llegar el alba, el pesar se adueña de ellos viendo que deben detener su danza hasta la noche siguiente. En ese momento, justo antes de retirarse, desahogan su melancolía en amargas y dulces lágrimas que vierten también en todas direcciones. Resulta casi imposible ver a un Danzante de la Noche, sólo aquellos capaces de penetrar la oscuridad con su mirar pueden hacerlo. Sin embargo todos hemos visto el rastro que dejan al partir, lo llamamos rocío y nuestros sueños, pensamos que nos pertenecen, sólo a nosotros.

Quizá podréis imaginar mi sorpresa cuando, por el camino que lleva a mi casa y a plena luz del día, vi venir saltando con cara adusta, a un Danzante de la Noche.

Yo entonces estaba en mi jardín con Erian, mi gato volador y me asustó doblemente la idea de que mi simpático gato tratara de gastarle una broma al pequeño y visiblemente enfadado Danzante de la Noche.


-Erian, me parece haber visto un ratón dentro de la casa. – Le dije con voz inocente.

-¡¿Dónde?! – Con un batir de alas Erian voló velozmente hacía mi casa atravesando una ventana que, si no recuerdo mal, dejé firmemente cerrada antes de salir al jardín.

¡En fin!, ya recogería después los cristales.

Debo confesar que me intrigaba la presencia de un Danzante de la Noche en mi casa, debía tratarse de algo de suma importancia para que viniera a verme siendo de día.

Lo saludé con la mano y dado que Erian estaba en casa, le señalé la cabaña que hay en mi jardín considerando que era un mejor lugar de reunión. El Danzante de la Noche me saludó a su vez y asintió con la cabeza entrando en la cabaña.

En la cabaña de mi jardín, únicamente habita una araña, su nombre es Didan y en mi opinión es bastante simpática, aunque un poco dada al drama. Como todo el mundo sabe o debería saber, las arañas y los Danzantes de la Noche son amigos por naturaleza y en varias ocasiones se han hecho buenos servicios unos a otros.

Una vez en el interior de la cabaña dirigí la vista hacia el familiar rincón en el techo, en el cual tenía su telaraña Didan. Como estaba dormida le hice un gesto de silencio al Danzante de la Noche con el dedo índice en los labios. Él miró en la dirección que yo le señalaba y, comprendiendo, de dos ágiles saltos se subió a mi hombro. Acercándose a mi oído comenzó a susurrarme:


- He oído hablar muy bien de ti hechicero, pero antes de confiarte mi problema debo saber tu historia. Ábreme tu corazón para que yo pueda abrirte el mío.

- Negarme en ese momento hubiera sido peligroso. Pocas cosas hay peores que un Danzante de la Noche enfadado. Para evitar futuras pesadillas me veía obligado a actuar con tacto. De modo que, como me pedía, le narré mi historia:

- Yo vivía como todos los demás hombres, tenía un trabajo, amigos y una ilusión. Más nada me llenaba, ni mi trabajo, ni mis amigos, ni nada de lo que me rodeaba. Por eso me aferré a mi ilusión, viví entregado a ella, sintiendo, poco a poco, lo que tenía que hacer.

Me llamas hechicero, no te comprendo Danzante de la Noche, yo únicamente cuento cuentos. Y en defensa de mi ilusión eso mismo hice. Cambiando mi mundo, poco a poco, hasta en los más minúsculos detalles. Quise creer que las nubes eran en realidad, inmensas bandadas de hadas, y que, conmovidas al observar al ser humano, incapaz de volar, incapaz de sentir esa mágica e inefable sensación, lloraban compadecidas.

Quise creer que los árboles me hablaban y que de ellos surgían sabias sentencias. Y uno de ellos me decía mi verdadero nombre. Una noche olvidé lo que se suponía cierto y creí únicamente lo que yo deseaba creer. Busqué un lugar mágico y esperé al Pegaso. Antes de que la noche tocara a su fin un enorme caballo alado, blanco como la luna, descendió de los cielos directamente hacia mí. Con un atronador piafar me miró con ojos encendidos como ascuas. Deseché mi temor, le di mi nombre y mansamente se inclinó para que yo montase. Él me trajo a este lugar y desde entonces aquí vivo feliz.


- Terminado mi relato observé al Danzante de la Noche. Estaba pensativo y algo cabizbajo, de pronto alzó su pequeña cabeza y sus ojos grises me inundaron expectantes.

- ¿Me dirás tú nombre hechicero?.

- Debo admitir que su tono me sonaba a súplica y fue ese el motivo de que le contestara, casi sin pensar.

- Mi nombre es Isnarathot.

- El rostro del Danzante de la Noche se dulcificó, con una enorme sonrisa me señaló con el dedo índice y me habló:

- Desde este momento te cuento entre mis hermanos, ya no hay diferencias entre nosotros, somos iguales hechicero y estoy listo para corresponder tu honestidad.

- Quise aclararle que yo no era ningún hechicero, pero encogiéndome de hombros le dejé seguir.

- Mi melancolía nace fruto de la más maravillosa de las sensaciones, mi pesar es provocado por el más dulce sentimiento, ¿no es acaso paradójico? Tan pronto anhelo cada suspiro de vida como deseo que me llegue la muerte. No siempre fue así, naturalmente mi ánimo antes era otro. Como cualquier Danzante de la Noche bailaba, riendo y cantando a la luna, nuestra madre bienhechora, sintiéndome libre al expresar mis sentimientos con el amanecer y dibujando los sueños con mis cabriolas y saltos durante la noche siempre mágica. Mas una mañana, mientras mis hermanos se retiraban, yo quise ver el Sol. Sobre la rama de un espino miré hacia el cielo buscándolo. Una brisa llamó mi atención, fragante y deliciosa, me giré tratando de hallar su procedencia y vi a una criatura de luz, una hermosa visión. Tenía dos alas pristinas que abanicaban arco-iris al moverse. Sus ojos eran claros como el agua pura y su ser irradiaba una sencilla calma, una franca alegría, una dulce belleza interior. Me encontré rodeado de un halo de ternura al verla limpiándose, mojando sus encantadoras manos, en las lágrimas que yo y mis hermanos dejábamos cada noche. Que nuestro pesar sirviera a tales fines me llenó de emoción, pero me sobrepuse juzgando que no era momento para el llanto. Pronto la alegría fue adueñándose, poco a poco, de mí. Pues contemplarla y no sentirse dichoso era imposible. En un momento pasaron por mi mente mil pensamientos, cientos de posibles acciones, decenas de formas de acercarme a ella, pero fui incapaz de encontrar ningún elogio que le hiciera justicia. Aterrado contemplé como se preparaba para alzar el vuelo, sin pensar salté en su dirección y cuando quise darme cuenta me encontraba a su lado. Ella se sorprendió al verme aparecer tan bruscamente, pero al punto ya volvía a sonreír. Me estaba sonriendo a mí y eso hizo que me estremeciera de pies a cabeza. Embobado la miraba, mudo de asombro y admiración, con un sueño hecho realidad ante mis ojos. Cuando se marchó sólo pude musitar un: “Te amo”. Después me sentí, por primera vez en mi existencia, completamente solo. Sentado en una hoja, con la cabeza sobre las manos, comencé a llorar desconsoladamente.

Durante más tiempo del que puedo recordar, la he buscado sin suerte. Mi sufrimiento no ha pasado desapercibido entre mis hermanos, el más anciano de nosotros creyéndome enfermo me habló de tí. Me envió a tu casa confiando en que me ayudarías. Heme aquí y aquí estoy hechicero.

- ¿Me dirás tú nombre Danzante de la Noche?

- Justo es que lo haga hechicero, mi nombre es Ashdack.


- Lo cierto es que el relato de Ashdack me había conmovido. Obviamente se había enamorado de una reina hada y ese era el motivo de que le resultara tan difícil encontrarla. Me extrañaba que le hubieran hablado de mí, pero no me sorprendía demasiado, sé que se cuentan infinidad de historias en relación a mi persona. Aunque lo de hechicero me sonaba a tremenda exageración.

Sea como fuere decidí que mi camino y el de Ashdack se habían unido, él necesitaba mi ayuda y yo seguir durmiendo plácidamente por las noches. De modo que llamé a Erian y le conminé a portarse educadamente con el pequeño Danzante, hice algunos preparativos; como dibujar con polvo de hada una puerta en la cabaña de mi jardín. Y, finalmente, desperté a Didan con el fin de preguntarle si deseaba acompañarnos.


- ¡¿Qué?!, ¿Qué ocurre? – Preguntó espantada Didan al despertar bruscamente. – Tranquila Didan. Este simpático Danzante de la Noche, Erian y yo mismo vamos a viajar al reino de las hadas, ¿deseas acompañarnos?

- ¡¿Cómo?! ¿Pero por qué me avisas con tan poco tiempo? ¿Hace frío allí? ¡Por la telaraña de mi madre! ¿Dónde habré puesto la rebeca?

- Una exasperada Didan daba vueltas y más vueltas a su telaraña sin dejar de farfullar entre mandíbulas. Por fin abrió un pequeño cofre que pendía de uno de los hilos y sacó una extraña prenda esférica con cuatro agujeros a cada lado. Mientras se vestía le expliqué a Ashdack algunos detalles importantes.

- Mira, esta puerta que he dibujado nos llevará al reino de las hadas, allí espero que encuentres lo que buscas. Debes cerrar los ojos al cruzarla o el brillo, que emana de la magia del polvo de las hadas, te cegará.

- ¿Qué he de hacer después?

- ¡Tranquilo!, una vez hayamos traspasado esta puerta te lo diré.


- En realidad no tenía ni la más remota idea de a donde conduciría. En una ocasión le revelé su verdadera identidad a un hada que no sabía que lo era, como recompensa me otorgó el polvo de hada que nunca antes había utilizado.

La proverbial curiosidad de Erian pudo, como siempre, más que él, y volando atravesó el umbral perdiéndose en su fulgor. Con cortesía Ashdack invitó a Didan a que fuera la siguiente. Y por último entré yo tras el Danzante de la Noche. Olvidé mis preocupaciones y di el paso confiando en que la fortuna, que no me había abandonado desde que llegué a aquel lugar, me seguiría sonriendo.

De todos los lugares en los cuales habríamos podido aparecer, pues el reino de las hadas es conocido por su extensión, dimos con el más importante. Después de comprobar que todos habíamos llegado bien, observé los alrededores. Sin duda alguna aquello no podía ser otra cosa que el castillo de flores de la reina hada. Sus paredes estaban hechas de rosas de todos los colores imaginables, la almenas eran grandes girasoles. Y la puerta era una gran masa de enredaderas espinosas prácticamente infranqueable.


- ¿Qué lugar es este? – Preguntó admirado el pequeño Ashdack.

– Estamos en el centro mismo del país de las hadas. – Respondió Didan orgullosa de su saber. Y continuó diciendo: - Estas espinosas puertas sólo se abrirán para aquel que persiga, en su corazón, un noble objetivo. – Erian alzó el vuelo sobre el castillo, sólo para comprobar que estaba rodeado de todo tipo de flores; tulipanes, margaritas, amapolas, nomeolvides, claveles. Flores de todas clases y en tal cantidad que resultaba imposible atravesarlas. Descendió tan rápido como había alzado el vuelo y comunicó sus observaciones al resto del grupo.

- No hay otra entrada, ¿cómo vamos a pasar? – Todos nos miramos sin decir nada, como esperando algo, al final los tres observábamos al Danzante de la Noche.

- Inténtalo Ashdack. - Le dije animándole con un gesto que señalaba la puerta de espinos.

Ashdack no dudó ni un segundo avanzando hacia las afiladas espinas, se le veía seguro de si mismo, de la nobleza de su búsqueda y la fuerza de su amor. Si tembló en algún momento supongo que fue por la emoción contenida, fruto de la unión del temor y el anhelo, con los que se enfrentaba a la idea de encontrarse de nuevo con su reina hada. Para tranquilidad y regocijo de todos, los espinos escondieron sus puntas al paso de la pequeña, pero insigne figura, del Danzante de la Noche. Juntos entramos al castillo de flores e inmediatamente nos llegaron aromas únicos y maravillosos, demasiado embriagadores como para ignorarlos y continuar, nos dejamos mecer por la brisa, olvidado ya nuestro deseo de tener una audiencia con la reina hada. Recuerdo, aunque de forma algo confusa, haber mirado durante lo que parecieron horas, el transcurrir de un río en el cual las ondinas jugaban a su pasatiempo favorito, crear olas. Sus translúcidas figuras, del mismo elemento que tan bien se les daba manejar, se fundían con el río volviendo a aparecer en el lugar menos pensado, luchando contra la corriente y, a la vez, formando parte de ella. Un hada iluminó, de pronto, el aire ante mis ojos sacándome de mi abstracción.


- ¡Hechicero!, ¿qué haces aquí?

- Aturdido observé atentamente a la sorprendida hada. -¿Cuántas veces será menester que os diga que no soy un hechi...?

- ¡Oh!, ¡hay más!
– Resopló indignada el hada, interrumpiendo mi parlamento con un gesto encantador parecido a una reverencia. Miré en la dirección que indicaban sus manitas y pude observar a Erian echado al lado de una margarita que le cantaba una dulce canción de cuna. Tentado estuve de acostarme a su lado, en la fragante y verde hierba, mientras me sumía, poco a poco en el sueño, arrullado por tan agradable melodía. Mas cuando pensé en soñar me acordé del Danzante de la Noche y al girarme para buscarlo casi choco con el hada que aún parecía no dar crédito a lo que veían sus lindos ojos.

- Cuando te di el polvo de hada, no creí que lo usarías para llegar hasta aquí, ¡hechicero!

- ¡Por todos los picatostes!
- Tan atontado estaba por la subyugante atmósfera del interior del castillo que no había reconocido a Vicky, mi amiga el hada.

- ¡Amiga mía! - Le dije para apaciguarla. - Ha sido por un muy noble fin. Pero mis compañeros y yo nada podemos hacer ante la majestuosa belleza que nos rodea. A cada paso olvidamos nuestro propósito anonadados por algún nuevo prodigio. Necesitamos tu ayuda, ya he perdido de vista a dos de mis compañeros y es de vital importancia que lleguemos hasta el trono de la reina hada.

Finalmente mi preocupación por mis amigos terminó por inquietarla y pidiéndome que no me moviese se lanzó en su busca. Yo cerré los ojos y me tapé los oídos para no volver a perder la cabeza, sin embargo no hubiera podido resistir más de lo que lo hice. Por fortuna Vicky regresó prontamente devolviéndonos la normalidad a Erian y a mí con el polvo de hada que había recogido en el camino.

- ¿Y el resto? - Pregunté ansioso.

- He librado a la araña del encanto y se dirige hacia aquí por propias patas. Tu otro amigo es inmune a este lugar lo que significa que, o es muy pobre de espíritu o está enamorado, y no tardará en llegar hasta el trono. No me habías dicho que era un Danzante de la Noche. ¿No es pronto aún para él? Al menos aún queda una hora de luz.

- Razón no te falta querida amiga.
– Le dije agradecido por su ayuda.

– Pero hay fuerzas que desafían lo convencional dotando de misterio al misterio mismo.


- Vicky se echó a reír con alegría tan contagiosa, que todos terminamos riendo, incluida Didan que ya asomaba por un recodo plagado de extrañas plantas que parecían largas plumas.

- ¿Divirtiéndoos sin mí? – Preguntó Didan con fingido enojo. Iba a contestar cuando Vicky me interrumpió: - Mi poder os guardará hasta la noche, momento en el cual el jardín y sus criaturas cerrarán sus ojos y descansarán. Haced lo que hayáis venido a hacer esta misma noche, pues de lo contrario jamás saldréis de aquí. Mañana partiré con mis hermanas menores, he sido designada para mostrarles los círculos de las hadas y con ellos tu mundo hechicero. Así pues no podré ayudaros más, pero quiero que sonriáis pues siento que volveremos a vernos, algún día.

- Mientras despedíamos a tan encantadora damita Erian subió hasta mi hombro y me susurró al oído: - ¿Por qué no le has dicho que no eres un hechicero? – A pesar de su sarcástica mueca, le respondí: - Porque de nada hubiera servido.

- Sin embargo no me importaba, mi ánimo era estupendo y el camino, ahora sin el temor del olvido, era sencillamente espléndido. De tan buen humor llegamos a las inmediaciones de un enorme claro que no vimos a Ashdack. Hasta que él, a gritos, nos hizo evidente su presencia. Todavía estaríamos hablando, contándonos unos a otros las maravillas que nos había sido dado contemplar, sino me hubiera llamado la atención algo que dijo Ashdack.

- ¿Cómo que no se puede pasar? - Le pregunté provocando un confundido silencio en los demás.

- Es lo que trataba de deciros hechicero. - continuó Ashdack. – No se puede entrar al claro. Una invisible aunque sólida fuerza impide continuar. – Ashdack ilustró cuanto decía apoyándose sobre lo que parecía una invisible barrera. Al intentar continuar todos chocamos contra ella, constatando así las palabras de nuestro amigo. Pensando a gran velocidad llegué a la conclusión de que, si no podíamos llegar hasta el trono, debíamos marcharnos rápidamente pues ya anochecía. Cuando regresara el día volveríamos a estar indefensos en aquel lugar mágico. Pero, ¿cómo decirle a Ashdack que, estando tan cerca, debíamos abandonar? Didan debió hacerse eco de mis pensamientos, pues observaba al pensativo Danzante de la Noche con una gran tristeza. Tristeza tan fuerte y sincera, nos venció a todos junto a la llegada de la oscuridad, aún más apesadumbrante por el hecho de que hacía instantes reíamos con alegría, en apariencia, eterna. Mi desconsuelo era tal que me disponía a entregarme al llanto cuando la luz de la luna me acunó solazando mi espíritu. En compañía de un Danzante de la Noche la luna nos veía también a nosotros como a sus hijos dándonos su bendición. Y sus rayos iluminaron lo que el sol no pudo hacer brillar; la esperanza de Ashdack en la forma de una pequeña puerta que nacía de unos muros invisibles. Didan comenzó a aplaudir con cuatro de sus patas y Erian se disponía a celebrar nuestra suerte con sus locas piruetas aéreas cuando, otro rayo de finísima luz de luna, acarició el centro del claro. En él descansaba, en el interior de un círculo de grandes piedras, la reina hada sobre su trono. Trono que consistía en una gigantesca y exótica flor, cuyos largos y azulados pétalos abanicaban a la tendida reina hada, aliviándola así, del bochorno de una noche de verano. Todos contemplamos la escena conmovidos, sin aliento para decir nada a causa de la sorpresa. Pero el más conmovido de todos nosotros fue, por supuesto, Ashdack.

Con ese brillo, que tan solo los ojos grises de un Danzante de la Noche enamorado, pueden producir, Ashdack contempló la escena como si se tratara de uno de los maravillosos sueños que él, sin tener apenas conciencia de ello, lanzaba todas las noches por doquier, sin detenerse a meditar que contienen, o a quien van dirigidos.

Muy despacio, paladeando el momento, Ashdack atravesó la puerta lunar y se acercó al trono. Yo, de rodillas, apenas notaba a Erian y a mi araña favorita, sobre mi, apretados en idéntica tensión. Sin osar siquiera a respirar por temor de perdernos un solo detalle de esa visión incomparable.

¡Entonces Ashdack comenzó a bailar!

Nunca ojos humanos vieron algo igual. La noche entera pareció vibrar produciendo una música animadísima, la luna ofrecía su luz, sin dudarlo, al danzante de la Noche que, imparable, transformaba cada nuevo salto, cada acrobacia, en un sinfín de pequeños gestos y movimientos de una gracia magistral. Su fuerza y frenético empuje nos incitaban a seguirle, y prácticamente nos sorprendimos a nosotros mismos aplaudiendo, cantando y riendo, incapaces de seguir su ritmo, pero, del mismo modo, incapaces de no intentarlo con todas nuestras fuerzas. Nuestro ardor se tornó asombro cuando de la pequeña figura brotaron, como en un manantial de visiones, los sueños que Ashdack dedicaba con la mayor de las entregas a su amada reina hada. Cautivados por la belleza de las imágenes contemplamos escenas imposibles. Vimos un millar de unicornios corriendo, libres y salvajes, por prados inmensos. Distinguimos sin dificultad, a pesar de las maravillas que se sucedían a gran velocidad, la fuente interminable de la que siempre brota agua y a la cual acuden los dragones a refrescarse. Los bosques llenos de vigilantes elfos, siempre dispuestos a ayudar a quien yerra el camino en sus frondosos parajes. Vi al mismo ave Fénix renacer, y su fulgor era comparable al de una estrella. Pero lo que más me llegó al corazón fue ver escenas de mi mundo. Y contemplar, mudo de asombro y gratitud, que había amigos de los duendes entre los míos. Maravillado y acongojado me sumí en un plácido sopor, junto a mis dos compañeros, acunado por sueños a cual más asombroso.

Al despertar descubrí que había amanecido. Erian dormía ronroneante a mi lado y Didan descansaba bajo una hoja. Mi temor inicial de perder la cabeza se esfumó en cuanto vi acercarse a Ashdack por un camino que no recordaba. Al mirar a mi alrededor comprendí que no estábamos en la sala del trono, sino en otro lugar a salvo del subyugante jardín mágico.


- ¡Saludos amigo hechicero! – Dijo Ashdack levantando una mano obviamente feliz.

- ¿Creo bien al suponer que todo ha salido como esperabas? – Le pregunté mientras daba suaves golpecitos a Erian con el brazo y me levantaba del suelo.

- Crees bien hechicero, la reina hada corresponde mi eterna devoción y me ha pedido que me dirija a vosotros para explicaros que, como muestra de gratitud por la inestimable ayuda que me habéis prestado, os concederá cualquier cosa que deseéis.

- La aparentemente dormida Didan salió disparada de debajo de la hoja.

- ¿Has dicho... cualquier cosa?
– Preguntó algo incrédula. Ashdack sonriente asintió.

- Ashdack. - Le dije. - La reina hada es muy generosa, pero no esperamos recompensa alguna sino la que nos brinda el saberos feliz.

- Noté como Erian, ya despierto, y Didan, me observaban con una expresión que denotaba cierto desacuerdo con mis palabras.

- Sois tan gentil como os declara mi dulce creador de sueños. – Dijo una voz suave y armoniosa como el tañido de un arpa. Me giré para ver como aterrizaba limpiamente la reina hada al lado de Ashdack que la recibía amorosamente. Hice una reverencia y traté de contener la risa al observar a Didan por el rabillo del ojo, nunca había visto a una araña intentando hacer una reverencia.

- Reír, os lo ruego. - Me reprendió amigablemente la reina hada. – Y mirad hacia el cielo, alguien desea despedirse de vosotros.

– Intrigado por esas palabras alcé la vista. Al principio no advertí nada, pero una pequeña luz en una nube terminó por atraer mi atención. Erian expresó mi pensamiento en palabras.


- ¡Vaya!, ¡es la pequeña Vicky! ¡Ja!, ni siquiera yo puedo volar tan alto.

- Tuve la certeza de que pronto, en alguna parte, comenzaría a llover.

Didan se acercó respetuosamente a la reina hada y le susurró algo al oído. Ella sonrió afirmando con la cabeza y de su mano brotó una gran cantidad de polvo de hada. Didan comenzó a flotar para nuestro asombro.
- ¡Didan! - La interrogué sospechando lo que iba a hacer. – No irás a acompañar a las hadas, ¿verdad?

- Con un guiño Didan se arregló la rebeca y despidiéndose con sus ocho patas desapareció en el cielo.

- ¿Y vos Erian? ¿Qué deseáis? – Preguntó la reina hada al bueno de Erian. – Nada majestad, salvo seguir siendo lo que soy. Pero siento curiosidad, ¿llegará Didan a su destino? – La reina hada sonrió afirmando con la cabeza y acto seguido se dirigió a mi. - ¿Hay algo qué desees hechicero?

– Bueno majestad, ahora que lo menciona, ¡si!, hay algo que deseo. Me gustaría que todo el mundo dejara de creer que soy un hechicero.


- La reina hada pareció confusa, y dijo dubitativamente. – Pero, no puedo hacer tal cosa. - Mi asombro trascendió límites que ni conocía.

- ¿No?, ¿por qué no?

– No puedo privaros de vuestra condición, hechicero, ni del título que se os debe.


– Demasiado atónito para protestar, acepté polvo de hada para que Erian y yo volviéramos cuando quisiéramos y, aún confuso, me despedí de mis nuevos amigos y emprendí el regreso a casa con Erian.
Por el camino le seguía dando vueltas a lo que la reina hada me había dicho, intentando encontrar la lógica de su disertación, hasta que Erian, cansado de mis esfuerzos me dijo:
- Qué difícil resulta en ocasiones verse a uno mismo con claridad, acabamos de ver unidos la noche y el día, hemos participado de hechos tan asombrosos que lejos de entender solo podemos disfrutar, y tú sigues devanándote los sesos por algo que ya sabías.

– Erian no dijo nada más hasta que llegamos, y yo, al comprender, pasé el resto del viaje disfrutando del paisaje. Al llegar a casa Erian me gritó mientras entraba volando por la ventana rota.

– De vuelta al hogar, ¿eh hechicero?

– No pude por menos que sonreír al notar que no había la más mínima señal de mordacidad en el tono de mi viejo amigo.

Así fue como me convertí en hechicero. Este es el final de mi historia, pero por favor, ¡sonreíd!, pues siento que volveremos a vernos, algún día.


FIN

1 comentario:

  1. Definitivamente, ese universo de magia e ilusión que se esconde en tus pensamientos, ese "país de nunca jamás" que siempre te acompaña mentalmente, debe ser un lugar digno de disfrutar por aquellas personas a las que des la oportunidad de compartirlo contigo; sin duda, se sentirán afortunadas por ello.

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